El misterio del hospital abandonado
La noche se cernía oscura y tormentosa, mientras yo exploraba los desolados pasillos de un antiguo hospital. Había escuchado rumores sobre su supuesta naturaleza embrujada y decidí verificarlo personalmente, armado con una linterna y una cámara, listo para documentar cualquier evidencia de actividad paranormal.
El hospital se manifestaba como un laberinto de pasillos y habitaciones, repleto de polvo y telarañas. El aire denotaba un silencio sobrenatural, ocasionalmente interrumpido por el crujir del suelo bajo la invisible carga de presencias indeseadas.
Encontré una sala que aparentaba ser una antigua sala de espera. Viejas sillas oxidadas y una mesa con revistas desgastadas ocupaban el espacio. En una esquina, descubrí una silla de ruedas antigua, aparentemente intacta. Me acerqué con curiosidad y noté a alguien sentado en ella.
Era una mujer con un vestido blanco que descendía hasta sus pies. Su largo cabello oscuro cubría su rostro, ocultando sus ojos. Permanecía inmóvil, como una estatua en el tiempo.
Aunque intenté entablar conversación, no obtuve respuesta. Al tocar su hombro, no mostró reacción. Por un momento, creí que estaba muerta o en coma. Sin embargo, mi mano sintió la fría y huesuda presión de la suya. Sorprendido, traté de liberarme, pero su agarre se volvió firme mientras levantaba la cabeza.
Sus ojos, vacíos y sin vida, me miraron, y con una voz débil y temblorosa, pronunció: “¿Por qué me dejaste aquí? ¿Por qué me olvidaste? ¿Por qué no me salvaste?”
Confundido, sin recordar nada, solo percibí su dolor, soledad y resentimiento. Me contó que había sido una paciente del hospital, víctima de un experimento médico. Aseguraba que yo era el médico que la sometió a ese experimento, abandonándola a su suerte. Según ella, yo era responsable de su sufrimiento y prometía hacerme pagar.
Era imposible, no tenía sentido. Yo no era un médico, sino un estudiante. No la conocía, nunca la había visto. Sin embargo, ella no creía en mis palabras, no me escuchaba. Su ataque se desató, haciéndome experimentar su agonía, su soledad. ¡Me sumergió en su propia muerte!…