La Chica de la Curva
Un padre de familia regresaba a casa después de una larga jornada laboral por la carretera panamericana, un tramo que enlaza Puebla con Morelos. La noche era oscura y lluviosa, las gotas de lluvia golpeaban el parabrisas y el frío se infiltraba en el coche, pesando sobre sus párpados cansados. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas de lluvia caían con mayor intensidad, y el asfalto sinuoso parecía deslizarse bajo sus neumáticos.
El hombre se esforzó por mantenerse alerta, apretando el volante con firmeza y reduciendo la velocidad. Justo entonces, los faros del coche iluminaron la figura de una joven empapada por la lluvia. Estaba quieta al borde de la carretera, esperando a que alguien la llevara a algún lugar seguro. Sin vacilar, el hombre pisó el freno y le hizo señas para que subiera. La joven aceptó de inmediato, y mientras se instalaba en el asiento del pasajero, el conductor notó el vestido blanco de algodón que llevaba, empapado y manchado de barro. Su cabello enredado parecía haber soportado la tormenta por un tiempo.
Reanudaron el viaje, entablando una conversación relajada. Sin embargo, la joven esquivaba las preguntas sobre cómo había llegado a estar allí. Hasta que finalmente llegó el momento oportuno. Con una voz fría y cortante, le indicó que redujera la velocidad casi a detenerse. “Ten cuidado en esta curva, es muy peligrosa”, advirtió. El hombre siguió su consejo y, al ver la peligrosidad de la curva, sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Agradeció a la joven por su advertencia. Pero antes de que pudiera volver a mirarla, la joven había desaparecido. Solo quedaba el asiento húmedo como prueba de su presencia.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y su piel se erizó al comprender lo que acababa de suceder. Mientras seguía conduciendo, la imagen de la joven empapada en su coche y su extraña advertencia quedaron grabadas en su mente, dejándole con una sensación de inquietud que persistiría mucho después de llegar a casa.