Sombras del pasado
Hace algún tiempo, a un amigo mío que trabaja en una empresa de seguridad privada lo destinaron a cuidar un antiguo cementerio. La razón detrás de esta asignación era la reciente oleada de robos de placas de bronce en la parte más antigua del camposanto, que data del siglo diecinueve. A él y sus colegas les proporcionaron cuatrimotos para recorrer el vasto terreno.
En una de esas noches, en medio de la oscuridad sepulcral, algo inesperado sucedió. De la nada, un niño de unos seis años apareció frente a él. El vehículo se detuvo bruscamente y las luces se apagaron misteriosamente. Mi amigo, desconcertado, sacó una linterna para iluminar la situación, pero antes de que pudiera encenderla, el niño extendió la mano y apagó la linterna con un gesto inexplicable. Luego, riendo, salió corriendo. Mi amigo, impulsado por la intriga, se embarcó en una persecución por los pasillos del cementerio, pero el niño desapareció sin dejar rastro. Sin previo aviso, una sombra imponente se alzó detrás de él y lo golpeó violentamente, arrojándolo al suelo. En medio del aturdimiento, escuchó la desgarradora voz de un niño pidiendo clemencia. Fue en ese instante que perdió el conocimiento.
Horas después, uno de sus compañeros de turno lo encontró inconsciente cerca del vehículo, entre las tumbas del antiguo cementerio. Al despertar, relató lo sucedido; sus compañeros escucharon en silencio, con expresiones de asombro y escepticismo. Algunos sugirieron que pudo haber sido un episodio de estrés o fatiga. Nosotros nos quedamos con la incertidumbre de lo que realmente había ocurrido en aquella oscura noche entre las tumbas.