Aparición en los Vagones
Esta aterradora historia que les voy a contar, me sucedió hace cuatro años atrás en el mes de julio, en Paraguay. La empresa de servicio ferroviario para la que trabajo decidió que por los días que el Papa Francisco se encontraba en nuestro país de visita, brindaría servicios las 24 horas. Entre los personales de la estación nos organizamos para hacer 2 grupos. La primera semana me tocó en el turno nocturno, que consistía desde las 5:30 de la tarde hasta las 5:30 de la madrugada. Era una semana pesada por las 12 horas de trabajo. Era tétrico trabajar en horas tan oscuras con poca afluencia de pasajeros, aparte el escenario no ayudaba, pues en la parte trasera de la estación se encontraba el cementerio de trenes. Eran unos cuantos vagones olvidados, pero con mucha historia aterradora encima, pues eran usados por los años de 1860, cuando Paraguay enfrentó a la triple alianza.
Todo comenzó cuando después de tomar tanto café, me vi obligado a visitar el baño que justamente quedaba a espaldas de estos viejos vagones; de día era costumbre pasar por allí, pero al hacerlo de madrugada era escalofriante. Al terminar, me disponía a salir del sanitario cuando de pronto escuché pasos como si alguien se metiera apresurado a los viejos vagones. Me quedé mirando atento. Pensé que algún compañero quería hacerme una broma de mal gusto, pero al acercarme de curioso, había un hombre desconocido parado en la orilla del vagón; portaba uniforme militar. Cuando estaba por bajar y tocar el suelo, desapareció justo frente a mí. Caí en cuenta de lo que ocurría y entré en shock, estaba asustado, no lo podía creer, ni mi cuerpo reaccionaba.
Cuando por fin reaccioné, me di cuenta de que un hombre de mediana estatura me observaba desde el interior del furgón. Tenía una mirada macabra que hasta el día de hoy me provoca mucho miedo. Al instante sentí una brisa fría en mi rostro y comencé a correr como nunca. Mis compañeros se extrañaron de verme tan asustado y cuando les conté, todos quedaron en silencio. El terror que reflejaba en mi rostro era evidente. Desde ese momento decidimos utilizar solamente el baño de la boletería.
Cuando pasaron un par de días, el miedo se me estaba yendo hasta que me acerqué con mi jefe de estación para contarle mi relato. Mi jefe es una persona de avanzada edad, me comentó que los fantasmas de la guerra suelen manifestarse, pues nunca encontraron paz tras la masacre. Y cuando le comenté acerca del hombre pequeño, me miró muy extrañado, como sorprendido, y me dijo que era la primera vez que “Don Jacinto” se manifestaba a alguien más que no sea a él. Quise saber más y me detuvo, me pidió que no le hablara más del asunto y que mejor no vaya por aquella zona.
Cuando estaba en el último día de servicio extendido, ya estaba casi sin temor por lo que decidí volver al baño de caballeros, pero fue un error gravísimo. Mientras estaba en el sanitario empecé a escuchar la voz de un hombre que decía: “¡Mi pierna, ay mi pierna!”. Me quedé helado, era increíble cómo se me manifestaban a mí y no a otros compañeros, pues pasajeros casi ni había. Intenté salir apresurado del baño y no mirar hacia atrás, pero cuando estaba girando para volver al andén, miré de reojo a un hombre sin una pierna. Salía por debajo de la locomotora, era el mismo hombre pequeño, pero parecía estar rodeado de una especie de neblina, que poco a poco se fue disolviendo. Esta vez estaba más aterrado que la otra ocasión, aquel lugar no era solo un cementerio de trenes sino también de espíritus.
Cuando estaba amaneciendo y listo para marcharme, mi jefe de estación se me acercó y con seriedad me contó que Jacinto era un amigo suyo, pues en un día de trabajo cayó por accidente del tren y las ruedas del mismo le habían arrancado una pierna. El pobre murió por tanta pérdida de sangre en camino hacia el hospital y su alma nunca más abandonó su lugar de trabajo. Después de saber esto, decidí dejarle una vela y una oración a Jacinto y a todos aquellos valientes soldados que andan penando en los viejos trenes. Hay un sin fin de historias en ese lugar pero esta es realmente impresionante, hoy a 4 años aún recuerdo la triste voz de don Jacinto y la imponente presencia de aquel soldado. Nunca más visité ese sitio de noche pero me sentí mejor tras dedicarle una pequeña oración, las energías del pasado se asientan sobre esos vagones y las históricas vías de aquel cementerio de trenes; es descabellado pensar que no recorran por allí los fantasmas de aquella época.