La luz azulada
Hace un año, me mudé a una casa antigua en un pequeño pueblo en el sur de México. La casa había pertenecido a un viejo amigo de la familia que había fallecido sin dejar herederos directos, así que la compré a un precio increíblemente bajo. Siempre me había gustado la arquitectura colonial y la historia que emanaban esas paredes.
La primera semana transcurrió sin incidentes, y comencé a sentirme cómodo en mi nuevo hogar. Sin embargo, una noche mientras estaba leyendo en la sala, noté una extraña luz parpadeante en el pasillo. Pensé que podría ser un fallo en la instalación eléctrica, así que me levanté para investigar.
La luz era tenue y azulada, y parecía flotar en el aire, moviéndose lentamente hacia una esquina oscura del pasillo. Curioso y un poco asustado, la seguí. La luz se detuvo frente a una pared que, a simple vista, no tenía nada de particular. Me quedé allí un momento, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. De repente, la luz comenzó a parpadear rápidamente y luego se desvaneció.
Al día siguiente, decidí contarle lo sucedido a Doña Margarita, una vecina que había vivido toda su vida en el pueblo. Su rostro se puso serio al escuchar mi relato. “Esa casa tiene una historia larga y complicada”, me dijo. “Se dice que hace muchos años, el dueño original escondió una gran cantidad de dinero en algún lugar de la casa y nunca reveló dónde antes de morir. Desde entonces, muchos han buscado sin éxito”.
No pude quitarme la experiencia de la cabeza y, aunque intenté ignorarlo, cada noche la luz azulada volvía, guiándome hacia la misma esquina del pasillo. Una noche, armado con una linterna y una pequeña pala, decidí investigar más a fondo. Toqué la pared y noté que una parte del empapelado estaba ligeramente suelta. Tiré de él y, para mi sorpresa, detrás había una pequeña puerta oculta.
Con el corazón latiendo con fuerza, abrí la puerta y encontré un pequeño compartimento lleno de polvo y telarañas. Alumbré el interior con mi linterna y vi algo que brillaba. Era una vieja caja de madera, cubierta de una fina capa de polvo. La saqué con cuidado y la abrí. Dentro había una cantidad considerable de monedas y billetes antiguos, claramente el tesoro del que Doña Margarita me había hablado.
De repente, la luz azulada apareció de nuevo, esta vez más brillante que nunca. Iluminó la habitación y, por un momento, pude ver una figura etérea: un hombre mayor con una expresión de alivio y gratitud. Sus labios se movieron como si estuviera diciendo algo, pero no pude escuchar sus palabras. Luego, la figura y la luz se desvanecieron, dejándome solo con mi descubrimiento.
Regresé a Doña Margarita al día siguiente y le conté lo que había encontrado. Me miró con asombro y me dijo que el espíritu del antiguo dueño debía haber estado esperando que alguien digno encontrara su tesoro. Decidí donar parte del dinero a la comunidad del pueblo, y con el resto, restauré la casa y ayudé a algunos vecinos necesitados.
Desde aquella noche, la luz azulada no volvió a aparecer. Sentí que el espíritu finalmente había encontrado la paz y que la casa, en cierto modo, me había aceptado como su nuevo guardián. La experiencia me enseñó que algunas historias y leyendas tienen una base real, y que a veces, el pasado puede guiarnos hacia algo valioso, tanto material como espiritual.