Casa de Terror
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El llanto de la llorona

Hace un par de veranos, decidí visitar a mi familia en un pequeño pueblo en el estado de Michoacán, México. Mis abuelos siempre habían vivido allí, y las historias y leyendas locales eran parte de las conversaciones cotidianas. Una de las leyendas que más me intrigaba era la de La Llorona. Desde niño, había escuchado las aterradoras historias de la mujer que lloraba por sus hijos perdidos, pero siempre lo había considerado un mito.

Una noche, después de una cena familiar, mis primos y yo decidimos contar historias de miedo alrededor de una fogata en el patio trasero. La atmósfera era perfecta: la luna llena brillaba en el cielo y una ligera brisa hacía susurrar las hojas de los árboles. La conversación inevitablemente derivó hacia La Llorona. Cada uno de nosotros tenía una versión diferente de la historia, pero todos coincidían en algo: escuchar su llanto era una señal de que algo malo estaba por suceder.

Alrededor de la medianoche, mis primos decidieron que era hora de irse a dormir, pero yo, llevado por mi curiosidad y el deseo de experimentar algo sobrenatural, decidí quedarme un rato más junto a la fogata. Me quedé solo, contemplando las brasas y disfrutando del silencio de la noche.

De repente, escuché un sonido lejano. Al principio, pensé que era el viento, pero pronto me di cuenta de que era un llanto. Un llanto suave y desgarrador que parecía venir del río que corría a unos cientos de metros de la casa. El corazón me dio un vuelco. Recordé las advertencias de mi familia y el miedo comenzó a apoderarse de mí.

Intenté convencerme de que era solo mi imaginación, pero el llanto se hizo más fuerte y claro. Era el lamento de una mujer, cargado de dolor y desesperación. Contra mi mejor juicio, me levanté y caminé hacia el origen del sonido. Cada paso que daba aumentaba mi temor, pero algo en mí me empujaba a seguir adelante.

Llegué al borde del río y me escondí detrás de unos arbustos. La luna iluminaba el agua y, en la orilla opuesta, vi una figura vestida de blanco. Era una mujer, con el cabello largo y negro que le cubría el rostro. Sus manos estaban cubriéndose el rostro, y su llanto resonaba en la quietud de la noche.

Por un momento, me quedé paralizado, sin poder creer lo que estaba viendo. Quería correr, pero mis piernas no respondían. La figura de la mujer comenzó a moverse lentamente, avanzando hacia el río. En ese momento, ella levantó la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Sus ojos eran vacíos, llenos de una tristeza infinita. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Entonces, la escuché susurrando entre sollozos. Su llanto se volvió más fuerte y angustiante, resonando en mi mente y haciéndome sentir un miedo que nunca había experimentado antes.

De repente, la figura comenzó a deslizarse hacia el agua, desapareciendo poco a poco en el río. En ese instante, mis piernas recuperaron su movilidad y corrí de vuelta a la casa lo más rápido que pude. Llegué jadeando, con el corazón latiendo frenéticamente, y desperté a mis primos y abuelos. Les conté lo que había visto y, aunque al principio pensaron que era una broma, mi expresión les hizo darse cuenta de que hablaba en serio.

Mis abuelos me dijeron que había tenido mucha suerte. Según la leyenda, aquellos que ven a La Llorona y no huyen de inmediato, están destinados a sufrir una gran desgracia. Pasé el resto de la noche en vela, temblando de miedo y esperando que la mañana llegara pronto.

Desde entonces, cada vez que escucho un llanto en la noche, mi mente vuelve a esa aterradora experiencia. Ahora sé que las leyendas tienen su origen en algo real, y que hay fuerzas en este mundo que van más allá de nuestra comprensión. La Llorona no es solo un cuento para asustar a los niños. Es una presencia real, y su dolor eterno sigue resonando en las noches oscuras, buscando a sus hijos perdidos.

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