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El Nahual de la Calle Morelos

Los relatos de nahuales son comunes entre los abuelos de Tetela del Volcán, en el estado de Morelos, México. Se dice que estos seres pueden transformarse en perros, gatos, cerdos, aves, burros y hasta en toros, usando su habilidad para andar por el mundo de una forma inusual y asustar a quienes tienen la desgracia de encontrarse con ellos. Así lo contó doña Concha, una anciana de Tetela, quien relató la historia de un hombre que tuvo que dejar el pueblo cuando descubrieron que era un nahual. Su nombre era Juan, aunque todos lo conocían por su apodo: “La Borrega”.

Juan vivía en el barrio de Santiago y, según doña Concha, su presencia era una amenaza para el pueblo. De noche, las calles de Tetela se volvían peligrosas porque, al transformarse, Juan se convertía en una criatura aterradora que bloqueaba el paso a quienes caminaban bajo la oscuridad o los perseguía para asustarlos y hacerles daño.

Una noche, un grupo de jóvenes que gustaba de dar serenata a sus novias tuvo un encuentro inesperado con él. Eran diez o doce muchachos que recorrían las calles de Tetela y Xochicalco, animados por la emoción de haber conquistado a sus enamoradas con su música. Sin embargo, mientras caminaban por la calle Morelos, entre risas y bromas, un terrible bramido interrumpió el buen humor. De repente, una bestia enorme, con cuernos relucientes y ojos fieros, apareció y embistió contra ellos, como si quisiera cornearlos. Los jóvenes, aterrorizados, apenas lograron apartarse del camino y regresaron a sus casas con el susto a flor de piel.

Al día siguiente, Pancho, uno de los jóvenes, contó la historia a su padre, quien le advirtió que tuviera cuidado, pues ese animal no era normal; se trataba de un nahual, una criatura con poderes malignos. Pancho compartió su experiencia con sus amigos y, después de escuchar las advertencias de sus mayores, decidieron dejar de salir a dar serenatas por un tiempo.

Sin embargo, no pasaron muchos días antes de que los rumores en el pueblo confirmaran que no habían sido los únicos en encontrarse con el extraño animal. Pronto se supo que otras personas también habían visto seres descomunales rondando por las calles o incluso entrando en las casas para robar. Esto hizo que Pancho y sus amigos se llenaran de indignación. Consideraban que aquel ser los había humillado y burlado de ellos, por lo que comenzaron a planear cómo enfrentar al nahual para darle su merecido.

Empezaron por preguntar a los ancianos del pueblo cómo podrían vencer a un nahual. Recibieron varios consejos: algunos les dijeron que no se metieran con esos seres, ya que sus poderes podían afectarles de por vida; otros sugirieron el uso de objetos benditos, varas de membrillo para golpear al nahual o incluso balas de plata para acabar con él. Un anciano, con tono sabio, les explicó que lo mejor era golpear al nahual con estiércol de burro seco, pues eso le causaba un dolor tremendo, y también que un buen huarachezo era bastante efectivo.

Los jóvenes se prepararon y esperaron la ocasión. Varias noches salieron en busca del gran toro, pero éste parecía haber desaparecido. No fue sino hasta una noche, al regreso de una serenata, que escucharon el inconfundible bramido y vieron de nuevo al descomunal toro, echando chispas por los ojos. La mayoría de los muchachos huyó aterrorizada, pero Pancho, dominando su miedo, les gritó a sus amigos que lo apoyaran y se armó de valor. Entre todos, comenzaron a golpear al animal con el estiércol de burro que llevaban preparado, mientras otros lo azotaban con sus huaraches. El animal, retorciéndose de dolor, bramaba y gritaba en agonía.

En medio de la confusión, uno de los jóvenes sacó una escopeta y preparó la bala especial que, según los consejos de los ancianos, acabaría con la bestia. Pero entonces, algo increíble sucedió: el animal comenzó a hablar, rogándoles que no lo castigaran más. Para asombro de todos, el toro resultó ser Juan, “La Borrega”, quien suplicaba misericordia y prometía nunca volver a molestar a nadie.

Conmovidos y aturdidos, los jóvenes lo dejaron ir, y Juan se alejó, maltrecho y humillado. No obstante, la historia de Juan no terminó ahí. Tiempo después, La Borrega se metió en problemas con otros habitantes del pueblo y el enojo de la gente fue tal que quisieron lincharlo. Para salvar su vida, Juan huyó de Tetela para siempre. Doña Concha cuenta que el lugar donde se estableció después también sufrió de apariciones y problemas inexplicables, aunque nadie sabe a ciencia cierta si alguien lo reconoció o si continuó con sus fechorías bajo su forma de nahual.

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