La figura del baño
Cuando tenía entre 4 y 5 años, en la casa en la que vivíamos, había un baño que me generaba una sensación de profundo terror. En ese baño, yo solía ver a una figura femenina que llamaba “la señora de los besitos” y, ingenuamente, compartía con mis padres acerca de mis encuentros con ella. Mi mamá creía que era una historia inventada por mi papá, y viceversa, hasta que un día decidieron preguntarse mutuamente sobre esa historia y descubrieron, con un escalofrío recorriendo sus cuerpos, que ninguno de ellos era responsable de inventar ese relato macabro.
Curiosamente, cuando llegamos a esa casa, mi madre se había percatado de algo perturbador: detrás de cada puerta de la casa había una postal católica o un crucifijo. Esto ya había creado en ella un sentimiento de extrañeza y malestar. Pero lo que sucedía en el baño iba más allá de lo inquietante. La “señora de los besitos” se manifestaba ante mis ojos infantiles con su cabello largo y oscuro, vestida con un largo y sombrío vestido. Afortunadamente, mi memoria no conserva una imagen vívida de ella, pero el baño siempre me llenaba de pánico y la casa en general emanaba una extrañeza inexplicable. Cosas muy perturbadoras ocurrían constantemente en aquel lugar.
La presencia de esa misteriosa figura, sumada a la atmosfera ominosa de la casa y los objetos religiosos que parecían custodiar cada rincón, creaban una sensación de malestar y temor constante. Los sucesos inexplicables se acumulaban y mi familia vivía en un constante estado de incertidumbre y sobresalto. ¿Qué oscuros secretos ocultaba aquella casa? ¿Qué conexión había entre la “señora de los besitos” y la inquietante presencia de la simbología religiosa? Estas preguntas quedaron sin respuesta, dejando un velo de misterio y horror sobre aquel hogar que nunca se desvaneció del todo en la memoria de quienes lo habitaron.