La casa de los susurros
Hace unos meses, me mudé a una vieja casa en las afueras de la ciudad. Siempre había soñado con vivir en una casa con historia, y cuando vi la oportunidad de comprar esta, no lo dudé. Era una construcción del siglo XIX, con techos altos y suelos de madera que crujían con cada paso. La gente del pueblo la llamaba “La Casa de los Susurros”, pero nunca le di importancia a los rumores.
La primera noche que pasé allí, fue bastante tranquila. La brisa nocturna se colaba por las rendijas de las ventanas, creando un suave silbido que, lejos de asustarme, me parecía casi acogedor. Me sentí cómodo y satisfecho con mi decisión.
Sin embargo, la segunda noche comenzó a ser diferente. Me desperté en medio de la madrugada, sin una razón aparente. Miré el reloj, eran las 3:15 AM. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero pensé que solo era una corriente de aire frío. Intenté volver a dormirme, pero entonces lo escuché por primera vez: un susurro lejano, apenas audible, que parecía provenir del piso de abajo.
Pensé que podría ser el viento, así que me levanté y bajé a verificar. Al llegar a la sala, el susurro se detuvo abruptamente. Todo estaba en silencio, solo el tic-tac del viejo reloj de péndulo rompía la quietud. Revisé las ventanas y puertas, todas estaban cerradas. Me dije a mí mismo que seguramente había sido mi imaginación y volví a la cama.
Durante las siguientes noches, los susurros se hicieron más frecuentes. Cada vez que me despertaba a las 3:15 AM, los oía. A veces eran palabras incomprensibles, otras veces eran risas suaves y casi infantiles. Decidí ignorarlo, pero el miedo empezaba a instalarse en mi mente.
Una noche, harto de no poder dormir, decidí grabar el sonido con mi teléfono. Coloqué el dispositivo en la sala y volví a mi habitación. A las 3:15 AM, los susurros comenzaron de nuevo. Esta vez, parecía que estaban justo al otro lado de la puerta de mi habitación. El miedo me paralizó. No me atreví a moverme hasta que los susurros cesaron, casi una hora después.
A la mañana siguiente, revisé la grabación. Los primeros minutos eran normales, solo el sonido del reloj y el viento. Pero entonces, los susurros empezaron. Al principio eran indistinguibles, pero luego se hicieron más claros. “Sal de aquí”, decían, “No estás solo”.
El pánico se apoderó de mí. Decidí que no podía quedarme más tiempo en esa casa. Mientras hacía las maletas, los susurros comenzaron de nuevo, esta vez en plena luz del día. Sentí una presencia detrás de mí, y al girarme, vi una figura borrosa, casi transparente, con ojos hundidos y una expresión de tristeza infinita. Parpadeé y desapareció, pero su presencia lingered in the air.
Salí de la casa tan rápido como pude y nunca volví. Desde entonces, he investigado sobre la historia de “La Casa de los Susurros”. Descubrí que en el siglo XIX, una familia había vivido allí. La hija menor, una niña llamada Emily, había desaparecido misteriosamente y nunca fue encontrada. Se decía que su espíritu aún rondaba la casa, buscando paz.
Ahora, cada vez que paso cerca de la casa, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo. Sé que Emily sigue allí, atrapada entre este mundo y el siguiente, susurrando su triste historia a cualquiera que esté dispuesto a escuchar.